Me temo que el
sol será testigo de mi amargura. Amanece y la brisa marina roza mi cara con la
misma suavidad con la que tú la acariciabas, con tus sedosos y dulces dedos
mientras consumo el tiempo aquí, sentado en la terraza del hotel, nuestro
hotel, observando el horizonte que se me quedó tan lejano. Donde el inmenso
azul del mar lo hace todavía más distante.
No dejo de
pensar en ti. Mi corazón está atrapado con fuertes cadenas que mi mente no es
capaz de liberar. Tampoco lo deseo y por eso estoy aquí, recordando el último
viaje que disfrutamos juntos. ¿Sabes? Es la misma habitación, donde nos amamos derrochando
cascadas de pasión, de ese amor que solo es posible en las novelas de Kathleen
Woodiwiss que tanto te gustaban. Aún tengo presente tu insistencia animándome a
sumergirme en la lectura de una de ellas. Mira, “Una rosa en invierno”. Nunca
pensé que me atrevería a leerla. Sí, no te rías que te conozco. ¡Uf! Me alivia
tenerla entre mis manos cuando pienso que las tuyas deslizaban las páginas con esa
delicadeza. Y, sí, reconozco que su lectura es apasionante. Me gusta. ¡Quién lo
diría! ¿Verdad? Tú ya me conoces.
El sol ya
ilumina con intensidad y me apoyo sobre la barandilla de la terraza al advertir
cómo corretean algunos perros por la orilla de la playa bajo la atenta mirada
de sus dueños. De nuevo un soplo de atemperado viento sopla removiendo mi
escaso cabello. Los años no perdonan…
Apenas he dormido
y aún siento una ligera resaca. Anoche, cenando, celebré, con unas copas de
vino, nuestro 19 de mayo, como hace un año lo hicimos tú y yo y como lo hemos
venido haciendo durante todos estos años. Le dije al camarero que pusiera otra
copa y me miró extrañado. No tuve el valor de decirle que simplemente ese gesto
no me haría sentir tan solo y poco a poco la botella fue bajando su nivel hasta
llegar a quedar escasamente un dedo del suntuoso caldo.
Aún me
pregunto qué hago aquí, y es que te siento aquí conmigo regalándome tus besos,
tu alma, tu recuerdo. No puedo evitar dejar caer una lágrima por mi mejilla y
respiro hondo el aroma del mar perfumado de ti, porque ahí estás tú, formando
destellos de luz con las cenizas que esparcí en el mar como era tu deseo. Es
ahora el mediterráneo tu casa, tu inmenso hogar y los peces danzan a tu
alrededor con sus graciosos aleteos. Cómo envidio a las olas.
Amor mío.
Cuánto te echo de menos. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas pero yo
no les concedo la razón. Mi verdadera felicidad comenzó en la orilla de esta
misma playa, que no paro de observar, cuando tu bonita sonrisa me embaucó, y tú
lo sabes. Diez años de intenso amor, maduro, sincero, auténtico, que llenó mi
vida y aunque esa mano negra, que batalló a traición contra tu salud hasta
hacerla suya arrancándote de mi lado, no se atreverá en osar despojarme de esa
plenitud que me diste y que conservaré hasta mi último aliento. Volvería a
atravesar el mismo sendero de sombras que oscurecieron mi anterior destino volviéndolo
gris si de nuevo reaparecieras y te cruzaras conmigo paseando por la arena,
como aquella vez.
No soy nada sin ti y lo soy todo porque gracias a tu existencia fui y
soy feliz aunque la pena me arrastre. Caminaré bajo el sol por esa bendita
orilla intentando buscar tu mirada…
Por M. García Teirá