miércoles, 23 de septiembre de 2015

EL ABRAZO



Qué gesto tan hermoso cuando su intención va impregnada de limpia sinceridad, cuando los brazos que abrazan erizan la piel, cuando al unir los cuerpos se transmite un profundo sosiego, cuando el susurro de unos labios rozando el oído murmuran una bella palabra provocando en el corazón un bonito sentimiento, cuando al presionar con suavidad los dedos transmite un “te quiero”, cuando arropa mitigando la angustia, cuando el calor de sus ardientes propósitos hace vibrar.

Sí, como los suaves nudos de un lazo es un gesto hermoso el abrazo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Labios de mariposa



Mientras veo la lluvia caer a través de mi ventana observo a un par de jóvenes correteando por la acera intentando evitarla. Menos mal que han encontrado dónde cobijarse. El portal de la casa de enfrente es grande y majestuoso, de esos que se construyeron a principios del siglo XX, robusto y distinguido. Su cornisa es lo suficientemente amplia como para albergar, tras esta inoportuna lluvia, a unos cuantos. Yo diría que ocho o diez personas donde el espacio entre ellos se dilata lo necesario. Pero me dejaré de cálculos innecesarios, qué absurdo. Es mucho más emocionante mirarlos a ellos. Él le sacude con suavidad el anorak y ella parece sonreír. ¡Vaya! Menudo beso le ha dado. No sé por qué agacho la cabeza, como si me ruborizada estar presente en ese momento tan dulce. 
Me rasco ligeramente la frente y vienen a mi memoria esos recuerdos que me provocan una tímida sonrisa. Entonces contaba con trece años de edad pero yo anhelaba ser mayor y me hacía la interesante para parecerlo, sobre todo cuando le di mi primer beso al chico más guapo que jamás hubiera visto antes. Se trataba de Lucas, el hermano mayor de mi amiga. Muchas chicas, por aquel entones, navegaban nadando sobre el mismo mar, quedándose prendadas del hermano mayor de su mejor amiga. Él rondaba los diecinueve y creí saber lo que era enamorarse. No veía nada más a mi alrededor.
Una tarde, después de regresar de clase nos reunimos otras dos amigas y yo en casa de Elena. Para nuestras madres la excusa perfecta siempre era la misma, debíamos estudiar para el control del día siguiente. ¡Por Dios! No hacíamos ni el amago de abrir un libro. Nos encantaba reírnos haciendo chufla de todo, pero al pensarlo detenidamente me doy cuenta de la candidez que emanaba de nuestro interior. Treinta años son capaces de cambiar lo incambiable. Pero dejémonos de eso ahora. Recuerdo, esa misma tarde, cuando nos pusimos a jugar a las prendas. Elena no me dijo que su hermano estaba en casa hasta que en ese momento me tocó pagar mi prenda. Ella, a sabiendas de la atracción y delirio que me suscitaba Lucas me sugirió ir a su habitación con la mala intención de besarle. Mis pómulos enrojecieron como volcanes en erupción y me negué rotundamente a realizar tal fechoría, pero al final la insistencia de las tres y mi deseo de verle ganaron por goleada.

Llame tímidamente a la puerta y enseguida escuché su voz que me invitaba a pasar. Tragué saliva y abrí lentamente la puerta. Allí estaba él, estudiando. Empecé a derretirme como la mantequilla al observar cómo me miraba por encima de las gafas esbozando una maravillosa sonrisa. Me acerqué a su mesa y posé en ella mi mano temblorosa. Le dije con entrecortadas palabras en qué consistía mi prenda. Él se lo tomó como lo que era, un juego. Lo vi en sus ojos. ¿Qué otra cosa si no? Se levantó y me agarró suavemente del mentón y unimos nuestros labios durante unos largos segundos.
Las tres tontas, porque no tenían otro calificativo, se pusieron a mirar tras el quicio de la puerta con esa sonrisita maliciosa mientras yo pasaba por el trance más emocionante de mi vida al tener que confesarle que él era mi… premio.
Cuál fue mi asombro al enterarme que Héctor, su otro hermano, dos años menor que Lucas, bebía los vientos por mí. No podía entender que se fijara de ese modo cuando yo solo tenía trece años. Fue entonces cuando comprendí que la niña ya no estaba y que había florecido una jovencita que rebosaba una nueva vida llena de emociones y con la avidez suficiente para vivir maravillosas experiencias.
Estuve enamorada de Lucas largo tiempo, en la medida que yo entendía, pero nunca me correspondió, como era de esperar.
Un día, cuando me dirigía a hacer los recados que mi madre me encomendaba, quisiera o no, noté que alguien me agarraba del brazo y al girar la cabeza comprobé que se trataba de Héctor. Me condujo algo acelerado hasta la entrada de un garaje cercano a la panadería, entonces fue cuando no se pudo resistir y me confesó que me besaría aunque después le moliera a bofetadas, pero me dejé llevar porque vi en sus ojos la sinceridad que transmite un corazón atrapado, porque así me sentía yo. Se acercó muy despacio a mis labios y me besó tan dulcemente que no pude resistir la tentación de rodearle con mis brazos. Entonces todo cambió. Nos hicimos inseparables pero meses después él se tuvo que ir a la mili y yo me trasladé con mi familia a otra ciudad lo suficientemente lejos como para perder poco a poco el contacto entre nosotros. Ni siquiera las cartas que nos enviábamos sirvieron de acicate para mantener viva nuestra breve, aunque intensa, historia de amor. Tampoco mi amiga Elena pudo mantener atado el lazo que nos unía y que fue deshaciéndose al mismo ritmo.
Ha parado de llover y parece que el sol, aunque tímido, se deja ver entre las nubes. Los jóvenes ya no están pero los recuerdos se agolpan en mi mente.