¿Aún no has leído "Schnieper y otros apasionantes relatos"?
Ahora tienes una buena excusa para hacerlo.
Sus personajes te apasionarán.
Fragmento del relato "Esposas erradas"
¡Uy, no! No se confundan. No se trata de ese tipo de «esposas». No, no, no. Con todos mis respetos Grey solo hay uno ¿me entienden, verdad? No es un tema que me entusiasme pero seguro que el asunto es más atractivo y atrayente que mi percepción sobre las esposas erradas. Más que nada porque a estas alturas de mi existencia he visto casi de todo, aunque haya sido a escondidas. ¿Probar? Algunas cosas, solo por complacerle a él… a mi querido compañero y esposo. Bueno, y por qué no, a mí misma también. Qué paradoja, pero con sus pobres aunque sugerentes fantasías de las que no daba más de sí consiguió hacerme sentir una mujer especial, como una hedonista con cierto glamur, el mismo que daban los encajes, sedas y guipures que vestían sutilmente las zonas voluptuosas y misteriosas, a la vez que insinuantes de mi cuerpo aumentando el más anhelado deseo, sin menospreciar esas impertinentes redondeces difíciles de disimular y que provocan pudor por el exceso de féculas a las que se han visto expuestas durante años. Aún así pude lograr el efecto deseado, pues a la tímida luz de las velas junto con un somero pero eficaz ambiente de fino lupanar casero todos los gatos eran pardos.
Pero, dejando a un lado frivolidades, ¿qué he hecho durante todo este tiempo para merecer lo que por derecho me corresponde? Nada. Bueno, sí, quejarme. Perder eso que llaman oportunidades, dejar escapar el tren que conduce a otras historias, quizá más interesantes, o no. En fin, nunca lo sabré porque me quedé. Me quedé aferrada a mis utopías, a mis sueños, a la suerte que pudiera caer del cielo, a sujetarme a unas manos que no me asieron con la fuerza de un amor apasionado, a soportar que el más incómodo de los obstáculos frenase mis ilusiones. Miedo. Mucho miedo a esa invisible cadena amarrada a mi libertad con un pesado candado emocional y que escondía su llave en lo más profundo de un deseo que ocultaba las ilusiones frustradas.
¡Sí, claro! Yo fui una de esas… esposas. Treinta y cinco años manejando los hilos de una impoluta reputación, buena, limpia y hacendosa. Sin dejar de esbozar una sonrisa. Haciendo todo aquello que se esperaba de mí. Quemándome la sangre por ser la mejor. ¿En qué? ¿En dejar que mi terreno fuera conquistado con las armas del egoísmo? ¿En utilizar los ingredientes correctos para cocinar la mejor receta de hipocresía? ¿En fabricar una coraza infranqueable al afecto? ¿Es que no se ama cuando tu escala en la vida es ser esposa? ¿Es tan fácil pasar a un segundo plano? Mis respuestas se inclinaban constantemente al mismo lado de la balanza, a ese lado al que nunca quise llegar pero la facilidad con la que la vida me hizo invisible frente a las personas que distaban de mí apenas unos metros, por no decir centímetros, la hacían caer a plomo.
