La reconfortante siesta de las cuatro de la tarde ha
despertado un ligero apetito en el estómago de Lola.
—¡Antonio! —exclamó alzando la voz mientras se
encontraba medio espanzurrada en el sofá.
—¡Quéee! —respondió él desde la cocina que en
ese momento se preparaba un café.
—Anda, cariño, tráeme un yogur de limón.
—¿Y dónde están? —preguntó frunciendo el ceño a la
vez que agachaba la cabeza mirando por todas partes dentro del frigorífico.
—Es imposible que estén en otro sitio que no sea la
nevera.
—Pero no los veo ¿Seguro que no se han acabado?
—Los traje ayer por la tarde —expresó haciendo un
ademán con las manos.
—Los has debido esconder muy bien.
—¡Antonio, por favor! —dijo incrédula por la
situación absurda.
—¿Estás segura que los has comprado o lo has
soñado? Media hora de sueño dan para mucho —dijo con sarcasmo.
—Muy gracioso —respondió arrugando los labios.
—Lo he revisado todo de arriba a abajo, hasta en el
congelador.
—“Para mí que está colgado en la puerta del
frigorífico y se está tirando el rollo” —pensó Lola para sí.
—Si quieres otra cosa…
—Déjalo, ya voy yo.
Inmediatamente se levantó suspicaz meneando de un
lado a otro la cabeza.
—¡Míralos!
Sacó del interior del frigorífico un paquete de
seis yogures con su correspondiente envoltorio que se encontraba detrás de un
hermoso melón.
—¡Joder, haberlo dicho! —protestó enfadado.
—Cariño, te quiero mucho, pero todavía no has
aprendido a diferenciar lo que significa "delante" y
"detrás". A veces hay que detenerse en buscar, no todo tiene por qué
estar delante de los ojos y a mano. No olvides que "detrás" suele
haber algo más. Sólo hace falta un poquito de interés... ¿Quieres uno? —sonrió
dejándole más aturdido que al principio.
—No, gracias —respondió encogiendo los hombros
mientras Lola le daba un beso en la mejilla.
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