Cae
la noche, qué novedad, y mis ojos cansados, repletos de una fatigosa jornada,
cierran sus pesados párpados desplegándose con lentitud. La sutil comisura
entre las pestañas deja abierta una etérea ranura para alcanzar mis sueños y es
cuando te veo. Desaparece el desaliento. Mi alma bulle. Me subo a tus manos y
no me suelto. Las manillas de mi reloj romperán mi eternidad.
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