Siento envidia de los niños cuando lloran. Sus lágrimas
son sinceras y expresan la pena verdadera de sus pueriles sentimientos, sin
vergüenza, sin rubor, sin importarles lo que los demás piensen, inconscientes
de la estupidez adulta que se empeña en reprimir lo que lastima al corazón.
Quiero llorar cuando mis lágrimas deseen abandonar mis ojos
deslizándose por el lagrimal sin tener que pedir permiso al cerebro y que
fluyan libremente desahogando mis angustias, igual que un niño.
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